miércoles, 4 de febrero de 2009

PRESENTACION DE LOS LIBROS "DECIR DEL SILENCIO" Y "DEVASTACIÓN EN LA TARDE" DE SANTIAGO VIZCAINO Y "EL ENEMIGO EN CASA" DE WALTER JIMBO


SANTIAGO VIZCAINO Y WALTER JIMBO PRESENTAN SUS LIBROS EL DIA VIERNES 27 DE FEBRERO DE 2009 A LAS 19HOO EN LA SALA BENJAMÍN CARRIÓN DE LA CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA EN QUITO.

"DECIR DEL SILENCIO" Y "DEVASTACIÓN EN LA TARDE" DE SANTIAGO VIZCAINO Y "EL ENEMIGO EN CASA" DE WALTER JIMBO. FUERON PREMIADOS EN EL CONCURSO NACIONAL DE LITERATURA 2008 ORGANIZADO POR EL MINISTERIO DE CULTURA DEL ECUADOR.

FELICITAMOS A LOS ESCRITORES Y LE AUGURAMOS MÁS EXITOS , A CONTINUACIÓN PONDREMOS UNA PEQUEÑA BIOGRAFÍA DE ELLOS Y UN TEXTO, PERTENECIENTE A ESTOS LIBROS.






SANTIAGO VIZCAINO
(Quito, 1982)


SANTIAGO VIZCAÍNO

Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Ha sido supervisor de estilo de diario Hoy y director editorial de Superbrands Ecuador. Actualmente es editor de la Dirección de Publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión. Su primer libro de poesía, "Devastación en la tarde", y otro de ensayo, "Decir el silencio". Aproximación a la poesía de Alejandra Pizarnik, acaban de recibir sendos premios por parte del Ministerio de Cultura dentro de sus Proyectos Literarios Nacionales.

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III

Un ángel se pasea embriagado,
huraño
como un búho.

Las mujeres estrujan sus senos
y les brota una leche agria
que dan de mamar a pequeños y sombríos esqueletos.

Del otro lado, las arañas,
sus patas,
sus palpos lujuriosos.

"Escúchenme", dije,
pero era como el verbo de una antigua patria torrencial.



WALTER JIMBO
(Macará, 1973)


WALTER JIMBO


Ha publicado en poesía: "Y el verbo se hizo infierno" premio de Poesía Universidad Central del Ecuador 2003 y "La voz del impostor". En narrativa ha publicado: "El enemigo en casa", Premio 2008 del Ministerio de Cultura.



AGUA


Mamá nos mandó a traer agua del pozo. Íbamos jugando con Ignacio bajo el terrible sol de marzo -en el pueblo pocas veces había sol y polvo- a ratos agarrados de la mano, a ratos empujándonos con cariño. Ignacio se adelantaba y yo corría tras él; se llenaba los pies de polvo y botaba los baldes al piso. Le quitaba el balde, me lo quitaba, reíamos. Me acarició el cabello, le rocé la espalda y le besé las mejillas. El pozo era hondo y oscuro, pero nunca tuvimos miedo a ese precipicio, éramos capaces de bajar y subir por esas paredes húmedas sin un temblor.Regresábamos con dos baldes de agua cada uno, descansando cada cinco pasos.

Él se adelantó a pesar de que era más pequeño. Era más fuerte y yo lo admiraba. Iba con sus pantalones cortos y su ternura amarilla, era delgado y tenía el pelo claro. Mamá en casa preparaba el almuerzo. Antes de ir a ver el agua habíamos estado en el patio de tierra, que no terminaba sino en la colina del frente, lejos, muy lejos. Mamá, desde adentro, cantaba desde su infancia, desde la mañana que jugaba en el río con sus hermanos. O desde la llovizna tibia que le cobijó en casa de los abuelos, alguna tarde llena de sueños y de risas; garúa que levanta el exquisito olor de la tierra húmeda e inunda los ojos de un color espeso. Jugábamos arrojando piedritas, haciendo dibujos en la tierra, imitando reflejos de alguna estrella apagada; imaginábamos un pedazo lejano de nube que dormía en una esquina del mar incesante que crujía en el cielo.Ignacio no volvió. Se quedó tirado en el piso, sangrando, palpitando aún, con el corazón fresco y caliente, como el de un gorrión agónico. No alcancé a pintarle alas. Le di un beso y los labios me quedaron manchados con su último gemido.


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