Tímido hasta la tartamudez, nunca tuvo facilidad para acercarse al sexo opuesto y su madre, Leonor Acevedo, con la que convivió durante casi ocho décadas, gravitó en su vida social con fuerza meridiana.
"Desde que tengo memoria, siempre estuve enamorado de alguna mujer. Han sido diversas, pero cada una era única. El amor ha sido una forma de revelación", decía Borges.
Nunca habló públicamente de las mujeres que amó, pero gran parte de su obra literaria está dedicada a las musas que lo desvelaron, algunas veces bajo la delicada sombra de una inicial, otras con nombre y apellido.
ESTELA CANTO
COSTANERA SUR, 1945. BORGES WITH SWEETHEART ESTELA CANTO.
Una noche de agosto de 1944, le presentaron a Borges a la joven Estela Canto, en una fiesta que daban Bioy Casares y Silvina Ocampo. Delgada, morena y bonita, Estela tenía ojos penetrantes y una sonrisa irónica que le daba un aspecto de fiera inteligencia, que conservaría en la vejez. A los veintiocho, era dieciocho años menor que Borges, y se había apartado del camino convencional de la mujer argentina al decidir no casarse y seguir en cambio una carrera en el periodismo y la edición. Ahora se estaba haciendo un nombre como escritora, y Sur le había aceptado dos de sus cuentos hacía poco. Su hermano Patricio, escritor ubicado en los bordes del grupo Sur, se la había presentado a Silvina Ocampo, y Estela pronto se convirtió en una invitada regular a las soirées literarias de los Bioy.
Su primer encuentro con Borges fue poco prometedor: había leído “La muerte y la brújula” en Sur, cuento que la había impactado, pero quedó decepcionada por el aspecto de su autor; aunque le habían dicho que no era muy apuesto, era peor de lo esperado: regordete, bastante alto, con un rostro pálido y mofletudo y pies bastante pequeños. Después de darle la mano con aire ausente, Borges se ocupó muy poco de ella, falta de atención que irritó a Estela, porque en aquellos días daba por sentado que los hombres la encontraban atractiva. Era, de hecho, una mujer con amplia experiencia sexual: había tenido relaciones con escritores pero prefería los hombres de acción, y cuando conoció a Borges, tenía una relación con un inglés, “un espía británico que se desplazaba continuamente por la Argentina y por Brasil”.
El Aleph, el cuento que dedicó a Estela Canto, bajo cuyo apasionamiento escribió uno de sus más famosos relatos. Militante comunista, bella y liberal, Estela conmovió al escritor que por entonces ya padecía algunos problemas de visión.
Borges la visitaba a diario con la excusa de que lo ayudara a pasar en limpio los manuscritos de El Aleph y le obsequiaba libros. Doña Leonor nunca aprobó la relación.
"Cada mañana cuando llegaba a casa con alguna novela en el bolsillo tenía la actitud del festejante inoportuno que teme ser rechazado por la señorita cortejada. Esto era irritante. Él tenía 45 y yo 28, edad suficiente para prescindir de esas tonterías", diría Canto en una autobiografía.
El noviazgo duró siete años y terminó abruptamente cuando Borges le pidió matrimonio: "Lo haría con mucho gusto Georgie (como le decían en la intimidad), pero no podemos si antes no nos acostamos", le respondió Estela.
Según relata en el libro El señor Borges, el escritor "tenía una especie de matrimonio con su madre que ejerció mucha influencia sobre él".
Al parecer, la vida sexual de Borges estuvo marcada por un trauma de iniciación, según conjeturó quien fue fugazmente su psicoanalista, Julio Woscoboinik, en su libro El secreto de Borges.
A los 68 años, y en la antesala de la ceguera, Borges se casa con Elsa Astete, una mujer viuda y con un hijo, de la que había estado enamorado en la juventud.
La historia de Jorge Luis Borges y Elsa Astete Millán es todavía uno de los capítulos más desconocidos en la vida del escritor. Fue una relación desapasionada y llena de desidia, y antes que corazones desbocados tuvo humillaciones mutuas y hasta una venganza sutil que el poeta se cobraría años más tarde.
Aunque parece difícil imaginar a dos personas más distintas, a su manera, sin embargo, ellos protagonizaron una vertiginosa historia de amor.
BORGES Y ELSA ASTETE
El encuentro. Borges y Elsa Astete se conocieron en La Plata, en 1931. Ella tenía 20 años, venía de la tranquilidad pueblerina de 9 de Julio, y su vida de entonces era de escuela y ocio, de paseos por el bosque y de té con masas en el Jockey Club.
El hombre que le presentaría a Borges fue Pedro Henríquez Ureña, historiador dominicano que había tenido que abandonar Santo Domingo porque el dictador Rafael Trujillo se había enamorado de su mujer.
El encuentro ocurrió una tarde, cuando Ureña llamó a su amiga Elsa y a su hermana Alicia, y las convocó a una cita a ciegas en el Museo de Bellas Artes, donde habría una conferencia. El conferencista era Néstor Ibarra, quien acabaría casándose con Alicia, y el joven que lo acompañaba se llamaba Jorge Luis Borges.
En 1931, Borges tenía 32 años y era un intelectual joven educado en Europa, ignorante todavía de que iba a ser el más grande escritor contemporáneo en lengua española. Había publicado un ensayo, Evaristo Carriego, que además de hacerle ganar tres mil pesos en un premio le había valido que Victoria Ocampo lo integrara a la revista Sur. En esa época estaba enamorado de Elvira de Alvear y ya era amigo de Adolfo Bioy Casares.
Aquella cita a ciegas en el Museo de La Plata sería el disparador de la relación. En la versión de la mujer, "después de que Henríquez Ureña nos presentó, nos fuimos a tomar el té al Jockey Club, y a la semana siguiente Alicia y yo fuimos a Buenos Aires para encontrarnos. Desde entonces no me dejó más. Me perseguía a sol y a sombra. Fue en esa primera cita cuando Borges me juró amor eterno".
¿Eterno? Aun tratándose de Borges, parece mucho decir. Durante los dos años que estuvieron de novios, él empezó a usar barba, recopiló sus artículos periodísticos en un libro y empezó a ser un escritor conocido.
En la versión de Elsa, las cosas ocurrieron así: "A los 15 días de haberme casado, Borges, que no sabía nada, seguía llamando a mi casa. Mamá no sabía qué decirle, y yo me desentendí del tema. ‘Eso es problema tuyo’, le dije. Finalmente ella, que era correctísima, le dijo: ‘Mire, Borges, discúlpeme, pero me veo en la obligación de decirle algo: no llame más, porque Elsita se casó’".
La madre le contó a su hija que Borges hizo un breve silencio y después dijo: "Ah, caramba", y colgó.
Ella, convertida en señora de Albarracín, tuvo un hijo que llevó el nombre del padre. La pareja vivía en una casona del Tigre y seguía viajando a La Plata, donde tenían una casa quinta, y Borges, para la mujer, apenas si era un recuerdo difuso.
Cuando le tocara a Borges hablar de la ruptura y de los años que le siguieron, diría dulzonamente: "Sólo la esperaba a ella". Desde luego, eso no parece cierto: entre 1933 y 1965, cuando se volvieron a encontrar, el escritor se enamoró muchas veces, y entre sus mujeres estuvieron Estela Canto, Silvina Bullrich y María Esther Vázquez.
Durante los años en que Borges estuvo sin saber de ella, Elsa enviudó y supo de él sólo lo que se decía de su carrera como escritor. Ni siquiera vivían en la misma ciudad: ella había vuelto a La Plata, donde había decidido quedarse después de la muerte de su esposo, y él estaba en Buenos Aires el tiempo que no pasaba viajando.
La ceremonia del reencuentro, tratándose de Borges, no podía empezar sino como empezó: con un sueño.
Dice Elsa: "Me contó que una noche soñó conmigo y le brotó como una ansiedad enorme de verme. Como mantenía una relación esporádica con una hermana mía, la llamó. Hablaron de bueyes perdidos, y al final le dijo: ‘Decime, Alicia, ¿qué es de la vida de Elsa?’. ‘Bueno’, le dice mi hermana, ‘vive en La Plata; se casó, como ya sabrás. Lo que no sé si sabés es que enviudó hace tres años’".
Borges quedó sorprendido pero no perdió el tiempo: llamó a su primera novia, y lentamente las cosas volvieron a ser como antes.
Segunda parte. De este segundo noviazgo, que duró casi tres años e incluyó, como el primero, un formal compromiso con anillos, a Elsa Astete le quedó grabada una anécdota que la hizo sentir indispensable. Sucedió una noche, en casa de Borges, cuando el escritor, ya casi ciego, fue hasta la biblioteca y a tientas pero sin dudar tomó un libro y lo llevó hasta donde estaba la mujer. En la página donde lo abrió había una foto de ella en traje de largo.
–Georgie –dijo admirada ella–, una foto mía...
En eso entró Leonor Acevedo, y le dijo a su futura nuera:
El 21 de setiembre de 1967, Jorge Luis Borges, soltero, 68 años, se casó por iglesia con Elsa Astete Millán, viuda, de 57.
Durante los primeros tiempos, la pareja vivió en la casa de él, Maipú 994, 6° piso B, compartiendo sus días con Leonor Acevedo. En el recuerdo de Elsa, contra lo que pudiera pensarse, la madre del escritor no intervino para perjudicar la relación. Diría años más tarde: "Mientras vivimos juntos nos llevamos muy bien. Es increíble, pero lo pasamos muy bien como matrimonio y con la madre".
¿Hasta dónde creerle? Según los amigos del escritor, los celos de Elsa hacia Leonor Acevedo eran terribles, y no permitía que Borges le diera dinero, como lo había hecho durante años. Unos meses después del casamiento, la pareja se mudó a un departamento de la calle Belgrano, donde hicieron por primera vez la experiencia de vivir juntos y solos, y allí la rivalidad entre su esposa y su madre cobró mayor virulencia y el escritor tuvo que empezar a visitar a escondidas a Leonor.
Esa experiencia, además, llevaría a la pareja a enfrentar definitivamente la realidad: la convivencia era intolerable. En una entrevista publicada en 1993, Elsa Astete admitió que no fue feliz junto a Borges: "Era introvertido, callado y poco cariñoso. Era etéreo, impredecible. No vivía en un mundo real ".
La rutina matrimonial tampoco parece haber sido excitante: "Yo lo despertaba a las 8 de la mañana. Ya estaba el baño preparado. Se bañaba durante una hora; después salía con olor a jabón, ¡qué rico! Se vestía. Tomaba su café con leche con pan y manteca, y se iba a la Biblioteca. Volvía a la 1. Almorzábamos. Se iba a dormir hasta las 4 y media. Tomaba un café con leche, no le gustaba el té, y se iba a la Biblioteca otra vez. Llegaba a las 8 de la noche. A esa hora,casi todos los días, íbamos a lo de Bioy Casares a cenar. Cuando volvíamos, Georgie se ponía su pijamita, y nos íbamos al living a leer hasta las 2 ó 2 y media de la madrugada".
En palabras de María Esther Vázquez, "la vida con Elsa era de una aridez desoladora. Según contaba el propio Borges, los únicos temas de conversación eran los recorridos de los tranvías o de los colectivos. En la mesa, al mediodía, a la hora del té y a la noche, había largas discusiones entre Elsa y su hijo acerca de qué calles tomaba el ómnibus 48 en su largo viaje al barrio de Flores. (Borges) se aburría (...). Le gustaba contar sus sueños y soñaba casi todas las noches; por eso, le extrañaba al principio y le molestaba después que Elsa jamás soñara. No podía concebirlo".
A poco de casarse, Elsa había comenzado a adueñarse del Borges público además del privado. Le manejaba el aspecto y también el dinero. "A la casa la administraba yo. Georgie odiaba la plata y me decía: ‘Vos ocupate de cobrar lo que sea. Odio la plata y, más aún, hablar de ella. A mí no me des nada. Yo te pediré cuando necesite para mis libros...".
María Esther Vázquez cuenta que Elsa lo instaba a cobrar sus conferencias y a duplicar el caché momentos antes de que se iniciaran, cuando la sala ya estaba llena, y añade que su esposa no era la mayor admiradora del escritor.
Cuando Borges, soberbio e irónico, se burlaba de su propia fama ("El día en que se den cuenta de que soy un impostor, cuando realmente lean las pobres páginas que he escrito, comprenderán que se han equivocado y me echarán con furia de todos lados"), la única que lo tomaba en serio era Elsa, quien llegó a decirle: "Mirá, aprovechá tu cuarto de hora; hoy estás en el candelero, pero dentro de dos o tres años nadie se va a acordar de vos...".
La separación. No puede saberse cuándo empezó a tomar forma en Borges la idea de la separación. En agosto de 1970, repentinamente, se dio cuenta de que ya no quería regresar a su casa, pero postergó la decisión.
Por un tiempo se entretuvo con viajes, premios y la ilusión recurrente de recibir el Nobel, y una mañana de octubre salió de su casa como siempre, para ir a la Biblioteca, y nunca regresó. Unos meses más tarde, mientras paseaba por Florida con su sobrino Miguel, Elsa Astete Millán se cruzó con el escritor y lo saludó. "¿Quién es?", preguntó Borges, definitivamente ciego. "Es Elsa, tío", respondió Miguel.
BORGES Y MARÍA ESTHER VÁZQUEZ
Por Luis G. Prado
JORGE L. BORGES Y MARÍA ESTHER VÁZQUEZ.
El retrato, desde luego, no es aséptico: María Esther Vázquez fue, según confesión propia, uno de los muchos amores de Borges, aunque al parecer no del todo correspondido por ella. Como otras mujeres que la antecedieron y siguieron, Vázquez atendió al escritor en las largas décadas de ceguera que precedieron a su muerte.
En su biografia hecha a Borges Maria Esther, expresa un indisimulado recelo hacia María Kodama, la segunda esposa y albacea literaria de Borges. El papel de esta última en alejar a Borges de sus amigos y de su familia en el último lustro de su vida parece indiscutible; cosa distinta es si aporta algo la relación de pequeños deslices y mezquindades que Vázquez le achaca, y que parecen nimiedades innecesarias ante el cargo mayor que construye contra Kodama: haber dominado al Borges anciano, amargado sus días, precipitado su muerte y alterado su testamento, nada menos.
Ajustes de cuentas aparte (aunque debe notarse que sólo este afán explica el título del libro), Esplendor y derrota no es una gran biografía. Sabemos lo que sucede, pero no por qué. El estricto orden cronológico no es literario (y la biografía es, a no dudarlo, literatura). Alternativamente se ofrece demasiado poco (de los años formativos de Borges: sabemos a quién conoció, pero no quiénes eran, qué significaban, todos aquellos poetas argentinos que se enumeran fatigosamente) o en exceso (la descripción pormenorizada de sus viajes). La narración se pierde con frecuencia en disgresiones, y en ocasiones repite datos que ya ha ofrecido unas páginas antes. No obstante, pueden salvarse de la biografía las jugosísimas anécdotas borgianas y los breves comentarios a algunas de sus obras, que desentrañan aspectos oscuros referidos a la influencia del entorno y las vivencias del autor sobre ellas.
Como aproximación a Borges, en definitiva, Esplendor y derrota es sólo tolerable. Quien realmente desee conocer al escritor, que no lo dude y acuda directamente a su obra.
BORGES Y MARÍA KODAMA
Borges ya no abandonará la casa materna hasta la muerte de su madre a los 99 años.
Con la visión cada vez más escasa, Borges hizo de su madre su asistente, su guía y compañera de viajes.
A su muerte y ante la invitación de una universidad estadounidense, una joven discípula de ascendencia oriental, María Kodama, viaja con él y se convierte en su secretaria.
Desde 1975 Kodama fue el lazarillo del escritor y su inseparable compañera ocupando el lugar que dejó doña Leonor. Él tenía 76 años, ella promediaba los veinte.
Ambos contrajeron matrimonio mediante un poder en Paraguay 49 días antes de la muerte del escritor ocurrida en Ginebra el 14 de junio de 1986.
Para entonces Kodama era la única heredera de Borges que dejó a Fanny una suma de dinero. "Yo sé que mi vida ha sido una trama de errores", confesaba Borges en 1976. "He sido indiferente, he sido cruel, sí, pero por estupidez", dijo quien se arrepintió públicamente de no haber sido "más feliz".
Ya completamente ciego, se le preguntó qué desearía volver a ver si recuperara la visión: "Por raro que parezca, yo diría mujeres, ¡mujeres jóvenes!", respondió.
EL ATLAS DE BORGES
Es por tanto, el Atlas de Borges, un recorrido de recorridos de recorridos y, como señala Hermán Lombardi, ministro de cultura de la ciudad de Buenos Aires, “al recorrer los mismos lugares generará otra trama, similar pero diferente.”
María Kodama, 30 años menor que Borges, lo acompañó en sus viajes para ejercer el enorme privilegio de ser sus ojos. Con una cámara al hombro y la capacidad de traducir el mundo para él, se convirtió en su musa, en la niña de sus ojos. Así, encontramos toda una serie de Haikus en el libro “La Cifra” dedicados a ella, “¿es o no es el sueño que olvidé antes del alba?”. Un atlas para ellos, dice María Kodama, era “un pretexto para entretejer en la urdimbre del tiempo nuestros sueños hechos del alma del mundo”, un lugar para el amor en su acepción más verdadera. No obstante, este amor se ha visto manoseado y ninguneado después de la muerte de Borges; pleitos y reclamos por derechos de autor han conseguido enemistar a muchos intelectuales con la viuda Kodama.
Antelación del amor
Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la privanza de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida situándose en palabras o acallamiento
serán favor tan persuasivo de ideas
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis ávidos brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha en la selección del recuerdo,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes,
Arrojado a la quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera quizás como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo
FUENTE:
http://archivo.eluniverso.com/
http://www2.lavoz.com.ar/
http://culturamasiva.blogspot.com/
http://www.taringa.net/
LEE:
HABLANDO DE BORGES CON MARIA KODAMA
Buen trabajo.
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